Remera Alejandro

Remera Alejandro
El Corazón que no se Borra.
Dicen que hay amores que se desvanecen con el tiempo, que la vida los diluye como tinta en el agua. Pero también existen aquellos que permanecen intactos, inalterables, como una pincelada de rojo intenso sobre el lienzo del alma.
Ese fue el amor de Clara y Andrés. No fue un amor perfecto, porque los amores verdaderos nunca lo son. Fue un amor lleno de risas y silencios, de encuentros y despedidas, de momentos donde la vida parecía detenerse y otros donde el mundo se volvía demasiado pesado. Pero siempre, sin importar cuán lejos estuvieran o cuán difícil fuera el camino, ese amor se mantenía firme, como un trazo grueso de pintura fresca que se niega a secarse, que sigue latiendo.
Cuando Andrés enfermó, Clara entendió que el tiempo ya no se medía en calendarios, sino en caricias. Cada día era un susurro al oído, un “aquí estoy” dicho con los ojos, un roce de manos que contenía más amor que mil palabras. Una tarde, mientras él dormía, Clara tomó un pincel y con la fuerza de su alma trazó un corazón rojo sobre un lienzo blanco. Era su promesa, su verdad: “Nada podrá borrar lo que sentimos.”
Cuando él partió, Clara creyó que su corazón se había roto para siempre. Pero cada vez que miraba aquel corazón pintado, recordaba que el amor no muere, solo cambia de forma. Está en el aire que mueve las cortinas al amanecer, en la canción que suena cuando menos lo esperas, en la calidez de una taza entre las manos.
Y así, con cada latido, Clara entendió que el amor verdadero nunca se borra. Se queda impreso en la piel, en la memoria, en cada pincelada de nuestra existencia.