Remera Elio

La remera del último atardecer Sabía que el final estaba cerca. Lo sentía en la piel, en el silencio de los médicos, en los ojos de su amigo que ya no encontraban palabras. Pero dentro suyo, quedaba un deseo intacto. No era grande, no era ambicioso.
Era simple, puro, luminoso: ver un atardecer más. Uno que lo abrace. Uno que le dé paz. Su mejor amigo, ese que lo acompañó en cada caída, en cada internación, en cada noche sin descanso, le prometió cumplirlo.
Y esa tarde, sin decir nada, lo ayudó a levantarse, lo abrigó, y lo llevó al lugar donde todo se ve más lindo: la cima del mundo para ellos… una simple loma con vista al cielo.
Elio estaba débil, respiraba con esfuerzo, pero cuando el sol empezó a caer, sus ojos brillaron como si volviera a ser ese de antes:
fuerte, vital, lleno de ganas. Y entonces, con el cielo ardiendo en tonos de despedida, lo miró. Sonrió. Y con su último suspiro, susurró:
“Gracias por quedarte.